martes, 30 de octubre de 2012

En el desierto

Técnica: Mixed media painting
Por Pepe Valencia
Twitter: @pepitoisback

lunes, 29 de octubre de 2012

Sick Sad Stories

Por Regina Mitre

Twitter: @ReginaaFalange

 
"Una Historia no escrita por mí que me provoca un no sé qué-que-qué-sé-yo…"


Esta es la historia de una chica. Bien, esta chica era como muchas chicas. Ella tenía un padre que no solo no la entendía para nada, si no que ni siquiera lo intentaba. Era como si él fuera el único ser humano en la casa y todos le pertenecieran. Y la chica no se suponía que debía pensar las cosas que ella pensaba o sentirse de la manera que se sentía.
 
Se supone que no debo decirte estas cosas.
 
Y luego la chica empezó a crecer y tuvo una racha de malas relaciones donde ella tendría su confianza realmente engañada y se empezaría a sentir dominada de nuevo. Verán, al haber sido lastimada por su padre, ella no quería lastimar a nadie más e intentó muy duro recordar que ella no era el centro del universo, pero luego se daría cuenta que la otra persona no sentía lo mismo, que no la reconocía.

Estás pensando que esto se trata de mí.
 
La chica se fue cuesta abajo: “Ya no los amo, estoy siendo entrenada a no amar a nadie”, dijo. Ella empezó a hablar acerca de lo que significaba el verdadero amor y cómo no había alguien en todo el planeta que fuera capaz de amarla, estaba decidida a pensar seriamente ciertas cosas y a cambiar el rumbo de su vida. “Maldita sea”, dijo, y pegó su pie contra el suelo.
 
Estoy intentando muy duro ser agradable.

Luego ella conoció a un chico (el anti héroe), que tenía unos hermosos ojos tristes y parecía como un pequeño niño abusado y perdido. Él le dijo: “Yo soy salvaje como tú, entiendo lo que te ha pasado. Yo te amaré”.
 
¿Cómo se llamaba?
 
Pero, verás, el chico no era capaz de entenderla porque ni siquiera la podía escuchar. Tenía toneladas de cera amarilla construidas en sus oídos. Sólo entendía ciertas frases, mismas que él repetía para hacerla pensar que sí escuchaba.

Por favor finge que soy el rey.

La chica empezó a hablar: “Yo no puedo amarte porque eres enfermo igual que mi padre. Tu amor está pervertido y lleno de intenciones para adentrarse a mí, a un lugar donde siempre tendrás una injusta ventaja”.
 
Consúmela.

Verás, el chico tenía una tremenda enfermedad que empezó como algo pequeño. La enfermedad lo hacía tener que controlar todo. Él decía que entendía, pero no era cierto. Él tenía que saber para sentirse a salvo, él tenía que saberlo todo por adelantado: saber las cosas antes que sucedieran.
 
Hay algo que me pasa.
 
La chica empezó a fantasear: Algún día el chico entrará a mi cuarto, recostará su cabeza en mi regazo y me dirá “tengo miedo”. Entonces le golpearé la cabeza y le diré una y otra vez: “te prometo que no morirás esta noche”.
 
No soy buena conmigo misma.
 
En el fondo, el chico quería dominar a la chica y escalarla con su apetito. Esto porque él pensaba que sabía hacerlo perfectamente y nadie le había enseñado algo diferente. Él estaba seguro que todo estaría bien si sólo pudiera hacer que la chica fuera suya, realmente suya. Si sólo pudiera lograr que nada tuviera que ser cambiado… él estaría a salvo.
 
Por favor ayúdame.
 
“Te amaré y no repetiré algún patrón negativo de tu padre”, dijo él, “Seré lo contrario: te amaré, realmente te amaré como sólo una víctima de abuso sexual que perdona sabe amar. Despedazaré todo el interior de mis entrañas por ti y suavemente arrancaré pedazos de mi carne podrida y los oleré con mi nariz hasta que el hedor me queme los ojos. Me observarás gritar tu nombre con tremendo amor, chica”.
 
Estoy muy asustada pero no lo diré.
 
Las heridas se estaban comiendo al chico. Cicatrices sobre la piel y cicatrices sobre cicatrices. Si tan sólo pudiera limpiarlo todo, quizás él podría ver la herida original, si tan sólo pudiera controlarla a ella y lograr saber lo que ocurriría después. Si tan sólo pudiera convertir a la chica en algo limpio y simple que él pudiera entender.
 
Sé mía.

“Amor, he sido arrastrado por pedazos de vidrio y he tenido que joder y gritar, joder y gritar, joder y gritar una y otra vez por el dolor. He sido producto de violación, la cría de una bestialidad tremenda que estaba tan consumido por el pequeño tamaño de su pene que todo cuanto quería era hacer a los demás sentirse menos. Comprende, he sido quemado con colillas de cigarros y echado de casas."
Ella dijo: “Sí”.
 
Te ves tan fácil que podría comerte.
 
El chico se estaba muriendo porque no sabía amar a nadie. Él sólo sabía acerca de ganar y perder. El tenía que mantenerse vivo. Él tenía que joder un cuerpo muerto para sentirse, en comparación, vivo.
 
El amor es algo esplendoroso.
 
La chica te ve a ti, el lector, y dice: “La mentira en el amor es roja y viva como los que te dicen que se ven tus adentros, sólo que tú nunca podrás verlos. ¿Qué pasaría si descubrieras que tus adentros no existen?”

Ella te mira directo a los ojos.
 
Tú crees en ellos de todas formas.
 
Tu amor me mantiene viva.
 
Él desea que la chica esté muerta.
 
Eres mi objeto amado.
 
“Yo creo, creo, creo que en realidad me amas”, dijo ella.
 
Todo lo que necesito es el aire que respiro y amarte.
 
A la chica ya no le importaba en realidad. “Te amo demasiado”, dijo él mientras se bajaba el cierre de los pantalones.
 
Nuestro amor nunca morirá.

“Ahora te mataré”, dijo él. “Te amo, te amo, te amo, te mataré. Y no dejaré ningún moretón, ninguna marca”, deslizó sus pantalones abajo: “Atravesaré tu corazón tanto que sufrirás y me suplicarás ser tu mejor amigo otra vez; te convertiré en una muñeca muerta”, la abrazó y la acercó a su estómago. “Oh, por favor, por favor, sé mía para siempre”.
Hasta que la muerte hizo su parte.
 
 Pero verás, yo no morí. Yo viví. 

El peso de las palabras

 Por Alejandra Coral Mantilla

Twitter: @ayflaca

 

 

Uno aprende a desconfiar de a poquito. Primero como un cuentagotas. Incluso duda. Después llegan los golpes y las convulsiones. La mentira no suele esconderse en lugares muy lejanos. Generalmente, a la mentira se la encuentra en una sonrisa o en una mirada. A veces está en uno. A veces en el espejo. Y la mayoría de esas veces nos gusta pensar que está en otro. O al menos es la que más fácil solemos encontrar; porque claro, ¿a quién le gusta escarbar en sus propias mentiras?

 

El problema de la palabra es que es eterna. La esencia de la palabra, sin duda, es el recuerdo. Los recuerdos están hechos de palabras y las palabras, a su vez, son recuerdos. Se pertenecen. Se parieron mutuamente. Y ahí, precisamente, radica el problema. La memoria es difícil de engañar y cuando recuerda algo, lo retiene, se aferra a eso de brazos y piernas hasta extorsionarse a sí misma. La extorsión es el juego favorito de la memoria. Y hay memorias insomnes, y hay las que no perdonan, y hay las que desconfían, y hay las que huyen, y hay las que se torturan y las que torturan. Pero todas, y eso sí debo decir en honor a la verdad, todas recuerdan las palabras.

 

Lastimosamente somos animales de costumbre y tenemos la lengua volátil. Lenguas como serpientes que envenenan y ahorcan los actos arrojando palabras caducadas, palabras recicladas, palabras violadas. Palabras que no dejan de ser mentiras. Mentiras que fecundan en la memoria. Recuerdos que anulan los actos. Porque a fin de cuentas, las palabras que a veces nos parecen tan ingenuas, tienen el peso que más cuesta cargar: el de la culpa.

 

La desconfianza nunca es gratuita. Los golpes y las convulsiones posteriores lo confirman.

 

De mi sexualidad y sus consecuencias

Por Bibiana Faulkner

 

 

Tengo la sospecha que mis padres supieron sobre mi sexualidad antes que yo. Hacer todo lo contrario a lo que hacían las niñas era mi especialidad. Cuando era una niña, los adultos me inculcaron que el color rosa era para las mujeres, que también las muñecas, la cocinita con sus mamaditas de la comidita y la hora del té.

No cabe duda que el imaginario social dentro de la mayoría de los adultos que me rodeaban, los había poseído por completo, tanto como para que me dijeran “los hombres no lloran ni se maquillan; las mujeres deben usar vestido y nunca jugar con carritos, eso es de marimachas, de machorras pues.”

 

Este texto es mi venganza. Si de pequeña no me parecía lo que me decían, ahora sí me parece pero de la siguiente manera: vengan ustedes a leer que también las niñas gustan del color azul, que las muñecas de carne y hueso son más que bienvenidas, que las mamadas gustan (por supuesto) y que el té se saborea mejor si hay sexo de por medio. Vengan a leer que los hombres sí lloran y un chingo, que también los travestis y/o los transexuales se maquillan y usan vestido; lean que las niñas hasta juegan con aviones; lean que del clóset no sale El Coco sino personas.

 

Las mujeres me gustan, me gustan mucho. Salir con ellas, cuidarlas, observarlas, besarlas, procurarlas, acariciarlas, soñarlas, llorarlas, etcétera, me ha llevado a conocerlas tal vez  un poquito.

 

Hace algunos años salí con una chica. Físicamente morena clara, tal vez un poco más alta que yo, atlética, ojos color almendra, cabello café castaño con longitud hasta la mitad de sus vértebras, nariz respingada, ojos pequeños y tristes, manos delicadas, piel suave. Emocionalmente pervertida e incomprensible, como casi todas. Yo había preparado la cena y después de una deliciosa velada bebimos como si estuviésemos en una barata cantina con presupuesto ilimitado. Quítate la ropa y amárrate las manos, iré por cinta y por unas esposas, me dijo. Le di un beso y no volví a saber de ella.

 

Meses después su amiga me ligó, práctica y literalmente, me ligó. Físicamente güera, con cara de muñeca, cabello más corto que el de mi padre, ojos grandes y siniestros, piernas hermosas, olor sublime. Emocionalmente áspera y rígida. Era domingo y yo veía el football. No me interesa que estés viendo ese estúpido deporte, necesito verte, me gritoneó por teléfono. Le colgué y hasta hace algunos días la supe enamorada de una conocida mía.

 

Hace no tanto, me dispuse a salir con la hermana de un amigo mío. Es toda una dama, es maravillosa y quiere conocerte, dijo mi amigo. La conocí en un café; estatura mediana, morena clara, cabello negro lacio por debajo de los hombros, buen cuerpo, atractiva y con unos pechos de fantasía. Pasaron las semanas y todo parecía ir en correcta dirección. Me introdujo a su familia, mas yo nunca a la mía. Los viernes era fiesta segura, el problema era que para mí, la fiesta parecía no tener fin. No me gusta cómo bebes, necesito que no bebas de esa manera, me susurró una noche. El encanto se rompió entero, ni una gota quedó.

 

De las demás tal vez les platicaré otro día.

 

Frases imperiosas, insulsas, tan faltas de fe como “¿El football o yo?”, “No supe qué cigarros comprar”, “¡Deja de beber!”, “Vístete para mí”, “No salgas con ellos”, “Eres una idiota”, “No me gusta leer”, “Te mentí”, “Hazme así el amor”, “Como que fumas mucho, ¿no?”, “Estoy enamorada de ti”, me llevaron casi a la locura. Yo siempre quiero una copa, no importa que sean las nueve de la mañana del miércoles; puedo ignorar un hermoso cuerpo desnudo mientras veo el football ¿y qué?;  las güeras nunca me han gustado; soy una imbécil y no le veo el problema; ahora resulta que si me acuesto con alguien, ya tengo la obligación de cuidar ese pecho ajeno e incluso esa cama de por vida.

 

Me toca pedir algo: que me hagan reír.

viernes, 26 de octubre de 2012

Mi gato es el diablo

Por Abraham Jácome

Twitter: @chicosintuiter

 

Dicen que es fe ciega, que no tengo pruebas lógicas para demostrarlo. Pero la prueba está en mí y no necesito más que eso.

Aun así, considero que cualquier persona cuerda como yo (contrario a lo que muchos puedan afirmar con la sola intención de agraviarme) opinaría lo mismo si viera a mi gato como yo lo he visto. Es decir, en la cotidianidad, donde todas las cosas se desnudan del disfraz y se nos presentan como realmente son. Ese es el problema, que no lo han visto como yo y aun así se sienten autorizados a opinar y pedir pruebas.

No han visto cómo me mira. Cómo, mientras escribo, leo o traduzco, se echa a la entrada del cuarto (afuera, siempre afuera) y se pone a mirarme fijamente durante minutos. Luego parece que se cansa y se queda dormida, pero yo sé que es una estrategia para que me haga a la idea de que ya no me está observando. Yo estoy seguro que deja una rendija abierta para mirarme con la tranquilidad de saber que yo ya no estoy pendiente de su mirada. Sin embargo, sé que en el fondo eso no puede importarle; mi gato –que de hecho es gata, aunque esas cosas no interesan mucho para lo que estoy tratando de explicar– es el diablo.

Y si no puede importarle que yo, un mortal, esté consciente de que me observa, lo más probable es que su única intención sea enloquecerme o, de mínimo, jugar conmigo. Tampoco creo que haya muchas razones para mirarme desde el portal. ¿Qué podría ofrecerle yo a mi gato, que es el diablo? Absolutamente nada. Mi alma, cuando mucho, pero sería extremadamente ególatra pensar que a él le hace falta a tal grado. No, sólo se trata de un juego.

Y es que mi gato es el diablo no sólo por mirarme desde la puerta. Lo es por el Juego, así, con mayúscula. Por la forma en que detrás de cada uno de sus actos se esconde la voluntad de burlarse, de encubrir, de traicionar. Claro que esto no es evidente para cualquiera, ¿pero quién dijo que los actos del diablo tendrían que serlo? Y a pesar de ello, cualquiera que lo observara bien y durante suficiente tiempo, sería capaz de identificarlo.

O si no, les pregunto, si mi gato no es el diablo, ¿por qué otra razón pasaría tanto tiempo limpiándose, mirando a los pájaros por la ventana durante horas, echado al sol, durmiendo, jugando con su cola, escondido encima de algún librero o haciendo cualquier otra cosa no propia de un ser como el diablo? De entrada resultaría sospechoso hasta para el más corto de vista, y los años de convivencia vendrían a confirmar la idea inicial. Si aún no lo han entendido ustedes, poco puedo hacer para ayudarlos. Sólo les diré una palabra: sospechen.

Además está el tema de los animales y su deseo incontrolable de hacerles daño. Sobre todo a los que son más pequeños que él o, mejor dicho, que el cuerpo que ocupa actualmente. Y no se trata sólo de matarlos o comerlos, sino de torturarlos durante minutos, a veces durante horas. Golpearlos con sus patas de forma espaciada y darles pequeñas mordidas hasta que mueren, o bien, quedan quietos, moribundos, y dejan de ser divertidos. Lagartijas, escarabajos, mariposas, polillas, moscas, cucarachas, hormigas, hasta a los tan contemplados pájaros les haría lo mismo si pudiera pasar del otro lado de la ventana. Cosa que de hecho puede, pero evita a toda costa para guardar las apariencias. Es más, yo siento que conmigo hace lo mismo cada vez que me mira inmóvil desde el umbral de la puerta.

Una vez alguien me dijo que nada de lo anterior era capaz de probar mi argumento, ya que, según él, no existe una relación lógica directa entre el instinto animal y ninguna de las características que yo le atribuyo al diablo. Incluso me pidió que definiera yo mismo esas características y se atrevió a decir que mi gato era sólo un animal, un espécimen cualquiera. Yo me reí en su cara y me alejé sin voltear. No me gusta hablar con necios.

En este momento, mientras escribo, ha de estar durmiendo en la sala o lamiéndose en una de sus sesiones interminables, pero sé que haga lo que haga, ella está al pendiente de mí. Como ayer, como mañana, como todos los días, como cuando llegó a mi casa y la tuve en mis brazos por primera vez. Eso me lo dice a mí, nada más que a mí (y se lo diría también a ustedes si fuesen capaces de abrir su mente), cuando me ve a los ojos mientras se estira, cuando bosteza y muestra sus letales colmillos, incluso cuando se acuesta en mi pecho y me lame la nariz con su lengua rasposa. O cuando viene a pedirme de comer, cosa que está a punto de suceder en cualquier momento, y bajamos los dos las escaleras, disimulando que no sabemos que el otro sabe lo que uno sabe que los dos no somos: un hombre bajando junto a un gato común y corriente. Porque sí, no cabe duda de que mi gato es el diablo.

Y no haré absolutamente nada al respecto. Es decir, quiero mucho a mi gato.

jueves, 25 de octubre de 2012

Bajo tierra

Por Ángel Valenzuela

Twitter: @Metaficticio

Me hubiese gustado ver a Luciano en mi funeral. No llegó y debo decir que le eché de menos. Durante la ceremonia no hice sino esperar su llegada. Tarde pero con lágrimas en sus ojos, sin duda, cruzaría el umbral del cementerio y se acercaría hasta el féretro. Una orquídea en la mano. ¡Él sabe cuánto me gustaban las orquídeas!

Yo estaba verdaderamente hastiada. El cortejo fúnebre avanzó lentísimo y el sol ardía sin clemencia. Hubiese preferido morir en invierno o, cuando menos, que no me vistiesen de negro. El cura sólo interrumpía el sermón para limpiarse el sudor de la frente con cierta intermitencia. Hablaba de una eternidad, de un paraíso en el que según las escrituras ahora debía encontrarme. Escrituras que debió haber escrito algún vivo, ahora entiendo, porque mi permanencia en este lugar es evidente. Todavía es hora que no conozco de cielo ni mayor infierno que la espera interminable.

¿Será que no llegó a sus oídos noticia de mi muerte? Estela debió ponerle al tanto. Algo debió suceder porque de otra forma habría llegado a llorar mi ausencia. Basta con que un empleado postal haya cometido un error para que la carta no hubiese alcanzado su destino. Luciano no se sabe en duelo por un error burocrático.

Hace ya diez años que se marchó y no le he visto desde entonces. Una mañana simplemente desapareció, sin decir nada. Pensé que estaba tratando de demostrar algo, que volvería con la cabeza gacha una vez se cansara.

No fue así.

Entre avemarías y padrenuestros, susurros y lloriqueos de parientes distantes, esperé la visita tantas veces postergada. La única que importaba. Pero es inútil hablar de eso ahora. Resignada, hago un esfuerzo inmenso por soportar el clima sofocante de mis tres metros bajo tierra. Los sepultureros se han marchado ya y Luciano no ha venido a ver a su madre muerta.

miércoles, 24 de octubre de 2012

La herida en el costado

Por Maru Luarca

Twitter: @lady_micu

 

«Y antes de morir, yo quiero
cantar mis versos del alma».

 

 

La luz sobre el puente es tenue. Todas las mañanas lo cruzo, e, invariablemente, pienso en Emilio, el quinto de seis hermanos (hijos de mi abuela paterna). Emilio el de la guitarra, los amigos, las novias, las esposas, las amantes, los libros, las letras, mi tío favorito, el media vida. El suicida.

Recuerdo esa mañana. Mi uniforme a cuadros, las calcetas altas, el sol pálido sobre el patio del colegio, mi madre intentando contener el dolor detrás de un rostro envejecido de pronto.

Tú tío tuvo un accidente”.

 

Jamás entenderé porque escogió esas dos palabras precisas: “Un accidente”. Los accidentes implican algo involuntario, incontrolable, imprevisible. Tirarse del puente no es fortuito. Detener el auto en el medio del tráfico del Periférico, cerrarlo con llave, caminar hasta el borde amarillo del puente. ¿Cuántos pasos desde el auto hasta la orilla? ¿Quince, veinte? Lo imagino sobre el borde, contemplando el verde del abismo y el reflejo del río plateado serpenteando al fondo. La mente me juega una pasada escalofriante y puedo imaginarlo tarareando Guantanamera, la canción que estaba enseñándome en guitarra por esos días.

 

«Mi verso es de un verde claro
y de un carmín encendido.
Mi verso es un ciervo herido
que busca en el monte amparo».

 

Supongo que es la forma infantil de aferrar mi imagen a ese último momento suyo, antes de subir al borde metálico del puente, sentir la noche golpeando el rostro con su ineludible aroma y lanzarse a la nada.

 

Abrir esta herida que no sana y que liberó todos los demonios.

 

Hace poco menos de un año, el insomnio sin fin y una permanente sensación de angustia me tenían sentada frente a un psiquiatra. No era la primera vez.

Visité varios consultorios antes con una mezcla extraña de curiosidad por la vorágine insondable que se ha vuelto mi mente y con preocupación genuina por la retahíla autodestructiva que me arrastra. Nunca me quedo al tratamiento. Me resulta cuesta arriba creer que una persona ajena a mí sea capaz de desentrañar la maraña de mis pensamientos y más aún: detener la caída libre de mis acciones. Pero aquí estoy. Esta vez, parece ser lo mismo: un monólogo sobre lo que me sucede, el médico con el rostro adusto observándome mientras anota algo en su libreta. El cliché, ya saben.

 

«Insomnio, angustia, ganas incontrolables de llorar, el hambre de comerme al mundo, no necesito a nadie, lo tengo todo bajo control, mi tío y el puente, el hijo de mi tío, el arma y otro suicidio, la permanente tristeza de mi padre y sus arranques de ira, su muerte reciente, mi divorcio, mi otro divorcio. Renuncié al trabajo de pronto, ¿sabe?»

Una letanía aprendida.

 

No hizo mayores gestos y él abrió diálogo:

 

¿Sospecha qué es lo que tiene?

Claro: depresión que se me está saliendo de las manos— respondí cual sabelotodo.

Creo que es algo más— dijo después de sonreír.

 

Acto seguido me extendió un papel con un listado de exámenes que confirmaron lo que ahora tengo: soy bipolar.

 

 

No entendí lo que significaba ser bipolar hasta después del diagnóstico. Lo entendí luego de leer cantidad enorme de información que flota en la red y de volver a mi antigua afición de devorar textos médicos, luego de ser como me dijo alguien con quien hablo a veces sobre esta enfermedad que compartimos mi propio ratón de laboratorio en observación.

La bipolaridad es un desorden bioquímico de origen genético y hereditario con desencadenantes externos. La angustia, la ansiedad o alguna experiencia traumática puede liberar los demonios y llevarte a situaciones extremas como el suicidio. En mi caso, la partida reciente de mi papá fue el detonante, ni siquiera pude llorarlo. Su muerte la viví sin dolor, sin angustia, como alguien que se sale del cuerpo y no puede experimentar el propio sufrimiento. No es suicidio, pero es lo más parecido a estar muerta.

 

Preocupada por esa pérdida de sensibilidad y contra todo mi historial anterior, decidí tomar los medicamentos, aplicarme en la búsqueda de una forma de convivir de la mejor forma posible con esta enfermedad. Lavar el infierno y abrirle paso a la luz escribiendo sobre los escollos en el camino, el miedo, la angustia, la esperanza, los altos y bajos, que son muchos y en ciclos relampagueantes y avasalladores. En el mejor de los casos, patentizar con letras que no somos pocos quienes navegamos sobre el turbulento río de una psicosis y que, sin tener certeza que llegaremos hasta el fin del camino, elegir la vida todavía es una opción.

 

Aún pienso en Emilio. Constantemente. Pensarlo, evaluar su sombra, vestirme con su incertidumbre es mi forma de alejarme del borde amarillo del puente y del fondo frío del abismo. De vez en vez, aparece con su guitarra y me sonríe con esa mirada triste a la que nadie supo prestarle atención. Será, creo, el fantasma perpetuo sobre la imagen en mi espejo.

Grietas

Por Daniel Payares

Twitter: @errordematrix

 

 

Creo que con ésta ya serían tres noches sin dormir. Todas las noches la misma historia, el mismo drama que parece multiplicarse conforme pasan los días. Duermo en la habitación de al lado y aún así puedo escuchar hasta su respiración. Las paredes no ayudan. Difícilmente puedan llamarse paredes; son casi cortinas de madera. El grillo cambia la tonada todas las noches, seguramente piensa que puede influir en algo; lo dudo.

 

Todo es normal mientras está despierta, el problema es cuando duerme. Habla tres idiomas, se entiende a sí misma en todos. También cambia el tono de voz. A veces podría jurar que son varias personas, pero es imposible, nadie ha entrado. Hay muchos ruidos extraños. hace un momento escuché que algo se rompía; no sé si fue su cama, el piso, o ella. La gente se rompe cuando ya no se soporta. Los quiebres espirituales tienen sus tonos distintivos; el de ella es agudo, lo conozco de memoria, me trae recuerdos de la infancia.

 

Supongo que podría asomarme y preguntar qué le pasa, pero no tengo valor. No es por miedo a ella sino a mí mismo. He perdido todas las batallas internas porque siempre voy desarmado. No se puede ir en son de paz cuando se lucha contra uno mismo. Por eso pienso que difícilmente pueda enfrentar a otra persona; mi escudo soy yo y está dañado. Quisiera gritarle desde aquí, pero no sé hablar su idioma. Tampoco tengo a dónde ir. Maldita caja de madera. ¡Ya dejen dormir a la matrioska, por favor!

martes, 23 de octubre de 2012

De regreso a la soltería

Por Frinee Acosta

Twitter: @kchorraimperial

¿Existe algo más molesto que volver al dating después de una ruptura? ¿Reiniciar la cacería amorosa en la jungla social? ¿Esperar las llamadas, invitaciones y nuevas relaciones? Es un pinche enfado.

La vida de soltera te permite un mismo ciclo de andar siempre guapa y lista para lo que pueda pasar. La soltería es un mundo de posibilidades que esperan ser tomadas. En cambio, después de una relación ya tienes un estilo de vida que era en conjunto: fiestas, comidas, cine, teatro y demás situaciones que ya tenían un ritmo establecido con la pareja en curso. Y de pronto todo se termina, ¡Puf, a la chingada! Entonces es necesario reorganizar aquella vida compartida a una vida en solitario, de nuevo.

Después del luto que se le hace a la ex pareja, después de los días uniformada de la piyama de “Hello Kitty” tragando litros de helado, después de las pedas monumentales cantando canciones de José Alfredo, después de los múltiples por qués, después de las llamadas ahogadas en whisky, después de borrarlo/a y bloquearlo/a de las redes sociales, después de darle explicaciones hasta a Sergio (el vigilante de la cuadra) de que el carro del difunto o difunta no volverá a entrar a tu casa y que si lo ve rondando mande llamar a un comando armado para que se lo lleven, es necesario volver a empezar.

Hay que desempolvar los trucos de seducción, sacar del baúl las tácticas de coqueteo, entablar de nuevo las mismas pláticas para conocerse y sobre todo, darte la oportunidad de volver a intentarlo. Creo, lo más importante, es sanar el corazón y darle la oportunidad de morir de nuevo en el intento, de eso se trata, pero qué pinche molesto hacerlo.

Es por eso que odio cuando las relaciones de pareja se mimetizan a tal grado que la gente no puede tomar decisiones unilaterales y es necesario depender de lo que hará el otro. Valen madre. Una pareja está formada por dos individuos que deciden estar juntos y compartir cosas (tiempo, espacio, logros, fracasos, amigos, experiencias, etc.), nada tiene que ver con un individuo en dos personas. Carajo con ustedes.

Armarse de valor hasta los dientes y volver al ruedo amoroso es un acto de fe, es cerrar un ciclo y empezar de cero. Volver a dar la oportunidad de conocer y ser conocido es devolverle al cuerpo la esperanza y las ganas de querer.

Es definitivamente un trámite engorroso el volver a salir a la vida social, nadie dijo que fuera fácil, pero bien vale la pena avanzar y en una de esas salidas, con un poco de suerte, encontramos un inédito ejemplar que nos haga querer enamorarnos otra vez, pero si nos quedamos quietos nunca podremos ver esa posibilidad. Así que saquen los tacones, planchen las camisas y regresen a la vida galante, que siempre habrá otra loca persona que quiera nuestra locura.

Tristeza en cualquier lado

Por Carlos LM

Twitter: @bigmaud

Mantener contacto con amistades del pasado tiene detalles curiosos. En específico me refiero a lo que pasa en Facebook. En ese sitio se acumulan personas que con el paso del tiempo has dejado de ver, pero que aún permanecen en tu vida por el contenido de publicaciones que abarcan desde su situación sentimental hasta tópicos elevados como el de sus horóscopos diarios.

En lo que a mi respecta, poco a poco he borrado a un número considerable de esos personajes a los que conocí en otro tiempo. A la mayoría ni siquiera les acepto las solicitudes cuando las envían. ¿Para qué quiero tener ahí a un tipo de la secundaria? Algunas memorias es mejor conservarlas a distancia y evitar al máximo el riesgo de recordarlas. Temo se me peguen los malos hábitos de algunos, de modo que los mantengo lejos. No quiero ser como ellos, que su personalidad me invada o se apodere de mis pensamientos sin que apenas me dé cuenta: es posible que la exposición prolongada a sus publicaciones termine por convertirme en un admirador de Paulo Coelho o en un aficionado a las películas de Adam Sandler.

Otro detalle: de pronto las redes sociales sirven para ver que casi todos tus conocidos están en otros países. Es impresionante, la crisis no existe en esa dimensión. Quien quiera comprobarlo debe entrar a Facebook: el 98% de los mexicanos de clase media se encuentran en este instante en alguna playa, o estudiando en el extranjero.

Antes era algo que me intimidaba. Incluso lograba que me sintiera mal. ¿Con qué cara podía subir una foto del área de comida rápida en donde cenaba? Era imposible competir contra los paisajes exóticos de mis contactos. A un lado de sus cascadas y de sus montes nevados la banca de la esquina luciría ridícula. Optaba por no decir nada, quedar con el pensamiento de lo mal que iba, de la posibilidad de que fuera el peor humano sobre la tierra.

Por fortuna lo he superado. Dejé atrás esas ideas que no traían nada excepto frustración e intranquilidad. Nunca tuve nada en contra de mis amistades, al contrario, me parecía maravilloso que ellos tuvieran acceso a esos lugares tan bonitos. Lo que me ponía mal era estar al tanto de mi situación. Era un fracasado que no había salido del país. De pequeño estuve convencido de que, en cuanto muriera, acabaría en una sucursal nacional del paraíso: ni siquiera en la otra vida lograría conocer a gente de otras latitudes. Se lo comenté a algunos familiares: «Deseo que mi cadáver sea incinerado, echen las cenizas a un río cuando llegue el momento. Con un poco de fortuna algunas partículas de mi cuerpo desembocarán en algún charco de Bulgaria».

Era un error de enfoque. Se puede ser feliz en cualquier ciudad. Y también se puede estar triste en cualquier lado. No quedarse en un mismo sitio sirve para que el espíritu no se pudra, pero deambular por varios continentes tampoco garantiza nada.

El otro día un amigo de la preparatoria subió fotografías de su viaje por Europa y Egipto. Ya no tuve desesperanza ni se me revolvió el estómago. En cambio me concentré en uno de esos placeres que a veces se pasan de largo por andar en fantasías o vidas ajenas. Sobre el escritorio tenía una pera deliciosa. La mejor que se ha comido en la historia. Llevaba meses sin probar una y el rencuentro fue fabuloso. La corté en rodajas conforme la iba comiendo. Capas delgadas a través de las cuales se podía ver la luz. Nadie en el mundo tenía una mejor. Todos tenemos un tesoro. Le dije a la pera que, en una sociedad equilibrada, ella sería tan valorada como una manzana. Luego de terminar eché la semillas a la basura.

lunes, 22 de octubre de 2012

El caminante inmóvil

Por Alejandro Burgos

Twitter: @budasufi

 

El hombre caminaba con la lentitud de un atardecer. Un cigarrillo a medio encender se dejaba consumir al borde de sus labios imitando el lento extinguir de la vida misma. Una barba desordenada bajo un rostro insomne, unas manos que lo han sujetado todo y que todo lo han dejado ir. Los ojos tatuados en el suelo y una sombra adormilada diluyéndose en el calor infernal de los meses de verano. Sus pasos dejaban un rastro de existencia imperceptible, un vacío ambulante, un grito de boca cerrada. A su alrededor el caos, el peligro de todas las tristezas y demonios que danzan como títeres enloquecidos en los ojos del prójimo. Apenas era consciente de sí mismo, de sus pasos, de las manos hundidas dentro de sus bolsillos, de sus pantalones decolorados por el respirar del tiempo, del viento que todo lo acaricia, que todo lo toca, de los cimientos del mundo que se fundían debajo de toda esa realidad.

 

Sin darse cuenta su andar lo llevó a la Plaza Francisco de Miranda. Alzó la mirada de pronto, en un gesto desesperado como quién al encontrarse extraviado, hurga en la multitud de desconocidos buscando una cara familiar. La plaza le devolvió una mirada triste, una sonrisa fingida que le atravesó el corazón.

 

Una serie de bancos dispuestos de forma paralela en los cinco pasillos que conformaban la plaza, estaban ocupados por una serie de extravagantes personajes. En uno de los primeros bancos, un hombre de edad incierta y de cutis destrozado por el acné, fumaba una pipa inmensa. Nubes de tabaco tan espesas como el incienso se levantaban por los aires haciendo piruetas suicidas y dibujando figuras obscenas. Sus labios parecían abrazar la boquilla de plástico, sus dedos amarillentos como pergaminos inmemorables, sujetaban con femenina delicadeza el esófago de roble de la pipa, en un vaivén interminable que bien conoce todo fumador. Los ojos de aquel personaje estaban cristianamente sepultados en las cavidades oculares, dejando apenas entrever una pupila que, a pesar de estar cegada por la neblina de las cataratas, no dejaba de moverse inquieta, siempre buscando un halo de luz al cual aferrarse.

 

Del otro lado, en uno de los banquillos que dan hacia la calle, una pareja de amantes liceístas se estrellaban susurros en las mejillas, se manoseaban con saña de perro callejero y se imaginaron el uno al otro formando parte de un conglomerado de cuerpos desnudos y sudorosos, enredados entre las sábanas anónimas de un hotel de mala muerte, mordiéndose las ganas a punta de gemidos. La promiscuidad sexual suele usar uniforme escolar.

 

El hombre al ver a los muchachos en esos amores tan volátiles, se sintió importunado. Siguió de largo, dejándolos consumirse en una hoguera llena de movimientos torpes y erecciones disimuladas.

 

En el banquillo siguiente, una mujer embarazada intentaba alejar el calor del sol con un abanico de flores marchitas. Dentro de ella, un feto, un ser humano masticado por la chispa divina y concebido a merced de un preservativo de mala calidad, se debatía en el dilema que le presentaba la existencia. Estaba molesto. Fue injustamente arrastrado de los pies del limbo multidimensional de los no-nacidos. Vivir, mejor dicho, el simple hecho de existir se le planteaba como un terrible inconveniente que hubiera preferido evitar. Pero allí estaba, desnudo, rodeado de líquido amniótico, dentro de una extraña a la que debía llamar madre y alimentándose por un tubo conectado a su ombligo. Nadie pide nacer.

 

Nuestro hombre se sentó al lado de la mujer preñada por las circunstancias. Tiró el cadáver del cigarrillo consumido y miró a los ojos al prócer cagado por palomas pero manteniendo siempre el rictus orgulloso.

 

—Disculpe usted señora, ¿sabe quién es?— dijo sin mirarla a los ojos.

 

—Claro, claro. Él se llama… Francisco de Miranda, creo— respondió ella mientras el abanico suspiraba al oído de ambos.

 

—¿Y sabe usted qué hizo?

 

—Pues la verdad que no. Nadie lo sabe ya. Esa es gente que murió hace tantos años que sus actos, por más heroicos que hayan sido, son olvidados. Igual pasará con nosotros. Es decir, aquí, esto que le digo, ya nadie lo recordará cuando usted y yo dejemos de existir.

 

 

Edith: la puta del pueblo

Por Mayra Carrera

Twitter: @advanita

 

Edith era la puta del pueblo, la que todos los hombres querían y las mujeres odiaban.

 

Edith vendía amor y caricias a quien lo necesitara a cambio de unos pesos y, a veces, a cambio de un trago o unos cigarros; cargaba toda su tristeza en esos tacones de charol rojo y toda su amargura en esos labios rosados; vendía amor porque no sabía hacer otra cosa.

 

No tenía familia, sus padres la habían abandonado al nacer en la puerta de la comisaría, sucesivamente la entregaron a un orfanato, lugar de donde se escapó a los 16 años para dedicarse a la vida galante; era flaquilucha, parecía una vela derritiéndose en los brazos del mejor postor; su única amiga era Doña Clementina, la dueña del bar donde trabajaba, aunque también quería mucho a Denisse, un travesti compañero en la fichada.

 

Edith se tomaba dos botellas de Don Pedro al día y se echaba a 7 cristianos si el cuerpo le aguantaba; cuando tenía ganas de nada, nomás se echaba una cobija San Marcos encima y no despertaba por días; los domingos eran sus favoritos ya que le gustaba ir a comer menudo a la fonda de Don Goyo, quien también era su cliente de cada miércoles; a Edith le valía madres que las mujeres del pueblo la odiaran porque sabía que por ella aquél pueblo era lo que era: los hombres trabajaban porque a todos los tenía bien contentos.

 

Una mañana de invierno, Edith no pudo levantarse, sintió un dolor profundo en el pecho que le impedía respirar, pero no dijo nada, creía que era normal, culpa de las mil formas en que la habían puesto el día anterior pensó ella—, así que se untó Vick’s y se volvió a dormir.

 

Denisse pronto se preocupó por ella y fue a visitarla, pero Edith ya no pudo levantarse más, nadie sabía qué tenía y tampoco quería ir con el doctor. A regañadientes de sus amigos accedió que le llevaran al médico hasta su casa, mismo doctor que le diagnosticó cáncer en los pulmones.

 

No te preocupes, manita, todo saldrá bien dijo Denisse.

¡Qué chingados andará saliendo bien si moriré! respondió Edith.

Ay, eres tan pinche pesimista, de veras— decía Denisse.

Mira, Denisse yo te contaré todas mis mañas para que cuando a mí me lleve la chingada, seas tú quien tenga a este pinche pueblo contento— dijo Edith entusiasmada.

Pues a mí me vale madre eso Edith, yo quiero que te cures— replicaba Denisse.

No me curaré, babosa, lo sabes bien, así que deja de mamar— decía Edith.

Pues si de eso vivo, manita, ¿quieres que me muera de hambre?— bromeaba Denisse.

Ay, pinche Denisse, no te aguantas, cabrona— finalizaba Edith.

 

Todas las tardes, Denisse iba a leerle un libro a Edith. Después de la lectura, Edith le contaba todos los secretos con los que mantenía a sus clientes contentos, y, en un pedazo de envoltura de tortillas de maíz, escribió su testamento: sus tacones, vestidos y perfumes de Avon, su casa, su cobija San Marcos y todos sus clientes pasaban a pertenecerle a Denisse.

 

Una tarde, Edith pidió una botella de Don Pedro a Denisse, la bebieron juntas y al terminarla, Edith se recostó en su lecho, esbozó una sonrisa y le dijo: “Nunca imaginé terminar mi vida así, haciendo lo que más me gusta: tomando”. Después murió.

 

Los clientes nunca notaron el cambio, siguieron contentos con los quereres de Denisse y aquél pueblo siguió contento por muchos, muchos años más.

 

IMSS. Outsourcing: evasión patronal y sindicatos de protección

Gustavo Leal Fernández

 

          La Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo 2007 ya documentaba el crecimiento de los microempresarios informales que no registraban establecimiento propio respecto a los que lo hacían conforme a la Ley. Hasta el 66 por ciento de ellos eran adultos jóvenes entre 25 y 49 años.

Con el argumento de que “la competitividad no está por encima del incumplimiento del Estado de Derecho”, en 2008 el IMSS enfrentó la oposición patronal a la regulación del outsourcing.

          El crecimiento de la economía informal, la contratación bajo el régimen de honorarios asimilables a salarios -creado por la Secretaría de Hacienda- y la falta de adecuada fiscalización frenaba el registro empresarial al IMSS. Entre 2005 y 2007 sólo una de cada 10 fue dada de alta. El IMSS reconocía que “hay un problema muy grande de economía informal y de trabajadores que cobrando sólo por comisiones y honorarios, no tienen protección”.

          Bajo la figura de esos honorarios, el alta del trabajador coincide con que el patrón retiene el impuesto y lo entera directamente al fisco. A pesar de disponer de un convenio específico con el Servicio de Administración Tributaria (SAT) para el intercambio de sus bases de datos, la fiscalización del IMSS con miras a evitar la elusión-evasión de cuotas obrero-patronales  para este tipo de esquemas ha sido escandalosamente pobre. La disparidad de datos entre el IMSS y el INEGI ha sido también evidente.

La misma Auditoría Superior de la Federación (ASF), sostuvo que el IMSS incumplía su Ley (Artículo 251) al dejar de afiliar a quienes estarían obligados. En 2008 apenas 19 por ciento del total de los obligados lo hacían. De los 4 millones 290 mil obligados a registrarse, 3 millones 475 (81 por ciento) entre personas físicas y morales estaban fuera del registro.

Para la ASF, las herramientas informáticas que simplifican los trámites de afiliación: IMSS desde su Empresa; kioscos informáticos y la difusión cartas de derechos y deberes patronales, eran insuficientes. Por tanto, recomendó al IMSS que instruyera a quien corresponda para que se realicen las gestiones necesarias “a fin de implementar programas de aplicación de cobertura, a efecto de garantizar el registro de los patrones y demás sujetos obligados a los que les corresponda afiliarse a la seguridad social y así cumplir con lo dispuesto en la Ley”.

A los trabajadores afiliables al IMSS y que no lo están, el patrón los “esconde” en su propia casa.  Datos  institucionales revelan que, para 2008, del total de asalariados que deberían estar cotizando y no lo hacen, 27 por ciento laboraba en el domicilio de su patrón. Este segmento excluye a los trabajadores domésticos, que de acuerdo con la ley no son de afiliación obligatoria. Influye también el desconocimiento sobre los derechos de los trabajadores. La ley señala que para tener una relación laboral no es necesario el contrato escrito, sólo mantener subordinación (trabajo asalariado) con un patrón. Según estimaciones del IMSS, 90 por ciento de estos trabajadores que deberían estar afiliados sólo tienen un contrato verbal. Entre los trabajadores que laboran sin local, el IMSS destaca que la proporción de asalariados que están en casa del patrón es más grande que los ambulantes.

A partir de 2008, el SAT, junto con el IMSS, INFONAVIT y el Instituto Mexicano de Contadores Públicos (IMCP), verificarían las empresas dedicadas a la prestación de servicios profesionales y suministro de recursos humanos para evitar la evasión y elusión fiscal de “cantidades inmensas” por medio de subcontratistas. Un grupo especial para realizar auditorias a 445 firmas que ofrecían sus servicios con la oferta de dejar de pagar nómina y prestaciones para reducir los costos laborales hasta en 30 por ciento.

Según Carlos Cárdenas Guzmán, entonces vicepresidente de Asuntos Fiscales del IMCP, las autoridades fiscales ya tenían identificado “hasta el automóvil que maneja el principal promotor de este esquema de evasión porque, además es el único Rolls Royce de su tipo en México”. La expansión del mercado de subcontratistas se daba bajo las figuras de  sociedades cooperativas, sociedad en nombre colectivo, integradoras e integradas, sociedades de solidaridad social y hasta sindicatos y uniones.

En  el caso de una cooperativa, por ejemplo, se afiliaba como socios a los trabajadores de una persona moral para evadir el registro del IMSS, SAR e INFONAVIT y las respectivas aportaciones. Se eliminaban el aguinaldo y vacaciones, así como el impuesto sobre nómina y el reparto de utilidades.

Hay que agregar el severo impacto de los sindicatos fantasmas de protección sobre las finanzas del IMSS. Durante 2008 detentaban cerca del 92 por ciento de los contratos colectivos del país, cobrando altas cuotas y controlando la sindicalización. La masa de dinero en juego corría a través de “igualas” mensuales a pseudo líderes sindicales para mantener “en paz” a los trabajadores. Dirigentes y despachos de abogados al cargo de la venta de protección sindical para las empresas, cobraban cuotas por trabajador y recibían “pagos especiales por evento”: despidos masivos y recorte de prestaciones entre otros.

Esa figura de outsourcing se legaliza con la reforma laboral calderonista del 1 de septiembre 2012, defendida por el -ahora senador- Javier Lozano y que se ha ganado a pulso el más unánime de los repudios.

Redacción: El presente artículo del doctor Gustavo Leal Fernández, profesor e investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, se publicó por primera vez en el periódico La Jornada el sábado 13 de octubre de 2012.

Reforma laboral panista: cinco impactos más sobre la seguridad

Además de que, por el nivel de la cuota obrero-patronal resultante de la Iniciativa panista, el cuadro vigente de prestaciones, pensiones y salud del IMSS e ISSSTE no podrán ser financiadas adecuadamente, así como de los gravosos efectos de la legalización del outsourcing, hay aún que agregar cinco impactos más.

1. En la Iniciativa, la Tabla de Enfermedades de Trabajo y la Tabla de Valuación de Incapacidades Permanentes que hoy contemplan los artículos 513 y 514 de la LFT dejan de estar incorporadas a ella para convertirlas en una clasificación meramente administrativa donde pierden el carácter de derechos laborales básicos. 

Apenas en junio de 2008 la STPS, la SSA, el IMSS y el ISSSTE acordaron “modificar y actualizar” esa Tabla para hacer una “más completa y equitativa identificación de las enfermedades laborales y más precisos los parámetros de evaluación de estos padecimientos”.

Para ello se establecieron las siguientes reglas: incorporación de nuevos padecimientos que han sido sustentados por su relación con el trabajo y la afectación de la salud de los empleados; determinar de manera precisa quiénes están expuestos a afectaciones por el tipo de actividad que tienen; adicionar elementos clínicos y de laboratorio requeridos para la elaboración de diagnóstico y evaluación de enfermedades laborales y diseño de una evaluación objetiva de la capacidad residual de los trabajadores en función a su calidad de vida y aptitud para el trabajo”.

El ordenamiento propuesto por el PAN minimiza y soslaya el costo social que ya impone la dinámica de nuestro perfil de morbi-mortalidad.

2. La Iniciativa contempla también la obligación de registrar a los trabajadores rurales eventuales y de temporada. Ello contrasta con la realidad del trabajo forzoso. Pues como puntualiza Roger Plant, “el problema es un círculo vicioso, que inicia por la ausencia de una legislación efectiva para sancionar la práctica, seguido por la inexistencia de recursos para enjuiciar a los culpables. No basta con que los Estados se limiten a sancionarlo como delito. Deben también subsanar los aspectos estructurales que lo favorecen, las deficiencias de las políticas públicas de desarrollo social y las fallas del mercado que lo aumentan”.

El Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan en Guerrero lo plantea con precisión: “en el fondo están un sistema económico que se basa en esquemas como el de la agroindustria y un Estado que no vigila y regula. Los empresarios hacen lo que quieren y el gobierno no se preocupa por los pobres. Hay descontrol en lo que concierne a salarios y condiciones de trabajo. Lo que publican los medios no trasciende. Ponen atención cuando hay alguna tragedia y luego queda otra vez en el olvido”.

Apenas en el mes de enero 2011, el IMSS amplió la vigencia del decreto Presidencial que otorga beneficios fiscales a los trabajadores eventuales del campo y a los productores hasta el 31 de diciembre de 2012.

La Iniciativa pretende “registrar” ¿para justificar el despido libre y sin costo contra los jornaleros agrícolas?

3. El ordenamiento propuesto por el PAN tampoco puede ser aprobado porque estos impactos acontecen en el cuadro de una sobre carga de trabajo y abatimiento salarial sin par en el horizonte latinoamericano.

El mercado laboral mexicano es uno de los más flexibles con una tasa de rotación del 70 por ciento anual. Y aunque la jornada de 40 horas ya rige en 50 países del orbe, por la Iniciativa panista los trabajadores mexicanos seguirán enfrentando una de las más largas. Compárese: Chile, 45 horas, Brasil, 44. Jornada que se acompaña de períodos vacacionales más cortos y el salario mínimo más bajo: 134 dólares. Compárese nuevamente: Uruguay 300, Brasil 318, Chile 372, Argentina 475.

La Iniciativa potencia los efectos regresivos de esta realidad. No busca mejorarla. Eso la hace ética, técnica y políticamente del todo inviable. Sólo agrava el estado del asunto público.

4. Al tercer trimestre de 2010, la contratación a tiempo parcial en Europa ya alcanzaba el 25% en Suecia, 26% en Alemania, 27% en Reino Unido y 49%, sí 49%! en Holanda. Ello pulveriza las contribuciones a la seguridad social (pensiones y salud) si se carece de los sistemas universales con que cuentan esos países. Pero no es el caso de México.

5. La Iniciativa tampoco mejora el horizonte de la estabilidad laboral establecido en la Ley vigente. Al contrario: impone una precarización creciente del ciclo de la vida laboral. No moderniza: precariza. Es un salto hacia atrás. Incrementa las intensidades de la jornada de trabajo con menos derechos, mínima protección social, pensiones a la baja y servicios de salud cada vez más compactados.

No construye una combinación equilibrada y moderna entre protección social y nuevo entorno laboral que es lo que se requiere. Dinamita el arreglo del siglo XX. Pero no está en el XX1. Hunde el soporte financiero y la misión cohesiva de la salud y seguridad social de los mexicanos.

En suma: la “nueva” combinación de la propuesta panista está antes de la norma vigente de 1970! Es preciso tomar todo el tiempo que sea necesario, todo, para seguir armando un modelo equilibrado de protección social en la era de la globalización y a la altura de lo que somos en el siglo XX1. Esa Iniciativa no puede ser aprobada sin un ajuste de raíz.

Redacción:

El presente artículo del doctor Gustavo Leal Fernández, profesor e investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana – Xochimilco, se publicó por primera vez en el periódico La Jornada el sábado 29 de septiembre de 2012.

lunes, 15 de octubre de 2012

Historias de motel

Por Bibiana Faulkner

 

Todo, como casi siempre, es a partir de mi percepción. Y dice así.

Llegar a un motel no es precisamente un momento repleto de pasión. La cama de un motel es una mitómana compulsiva que, sin ser extraño, también se inventa el ser fiel; parece parte natural de esa personalidad, tal como en las personas. La cama nos ha aprendido bien.

 

Los moteles son un espacio desolador con luces agresivas siempre tenues, son ese cajón donde se descarga la pasión contenida, ese lugar usado porque no hay otro, ese ambiente con olor a vacío, son el pretexto perfecto para quien llora por la inteligencia de dos corazones que se presume cuando ya no se ansían.

 

En un cuarto de motel encontramos mucho y perdemos demasiado; siempre existe la simpleza que contrasta la desnudez del cuerpo y del alma; beber hasta ahogarse; amanecer con miedo; reencontrarse con los vicios.

 

Recuerdo a Deina. Desearle nunca me desquició tanto como aquella tarde. La ropa nuestra regada en el lujoso cuarto de aquél motel en el centro de una ciudad desconocida para las dos era como la prematura rendición hacia ella, mi batalla más limpiamente perdida.

Aquella tarde me prometió quedarse a mi lado mientras yo le amaba con todos los cauces de todos los ríos de todo el mundo. Recuerdo que mientras me llenaba la espalda de besos, yo le hablaba de amor, y al tiempo que me pegaba su cuerpo, yo le pedía quedamente al oído que fuera para mí.

Nos miramos más tiempo del que hicimos el amor. Yo le apagaba los miedos mientras a ella le bastaba contados segundos encender los más profundos míos.

Me mintió, huyó, no luchó, no sintió, no escuchó, no vivió, me dejó.

 

O aquella vez de María. "Hazme el amor", me dijo con los labios temblando. Mirándola fijamente a la ojos le dije que no. Juro que con mis manos no le desnudé más allá del alma, que a grandes suspiros le escribí una canción, que le vestí los sueños de colores vivos, que incluso le empujé el corazón para poder caber ahí. Juro que fue el viento el ingrato que le desgarró el escote mientas yo la miraba con la más pura (in)quietud. Lo juro: nunca tuve que tocarla para amarla.

Ojalá hubiera sido así, pero no, la desnudé con cierto amor y ahí comenzó mi camino a mismísimo averno. Ojalá hubiera sentido tanto miedo, que huir hubiera sido lo más fácil, lo más indicado, lo más perfecto. Ojalá nunca hubiera sucumbido a la voracidad de su cuerpo. Ojalá hubiera existido mesura en todos nuestros besos. Ojalá mis manos nunca hubieran encajado en sus piernas. Ojalá todo hubiera quedado en una palabra, en un poema, en una canción, en el coraje, en la espera, en las ganas. Lo juro, ojalá me hubiera adelantado a la existencia de María, para nunca jamás haberla escrito.

 

Las historias de motel comienzan con un pasaporte al cielo, donde el cielo es una cama con olor a usada, pero celestial; donde el cielo es un lugar que a su vez es un cuerpo que a su vez es un recuerdo sublime que no olvidaremos jamás; donde el cielo es un cuarto que es un mundo hecho para que dos caminen de la mano sobre él; donde el cielo es un destino minúsculo que cabe en un par de horas, las mismas horas que dura una historia de motel.