miércoles, 7 de diciembre de 2011

A mis nietos…

A mis nietos…
Por Bibiana Faulkner

Cuando niña, mi abuela materna me juró que si miraba al cielo cada que tuviese ganas de llorar, estas mismas se esfumarían al instante. Durante años lo intenté (por supuesto, siempre en vano), pero nunca dudé de mi vieja sabia. Pensaba que seguramente el cielo estaba haciendo algo mal o yo tenía que mirar más alto o más profundo.

Recuerdo haber mirado durante horas enteras ese caminar eterno de las nubes mientras yo pedía que me arrebatara las lágrimas cuando mi vieja sabia murió; nunca sucedió. Recuerdo haber buscado el reencuentro de mis padres en lo profundo del azul; nunca sucedió. Recuerdo haber implorado paz a ese lugar donde se alberga la lluvia cuando una mujer me abandonó; nunca sucedió.

Ayer, aun sabiendo que no encontraría mi respuesta en el cielo, no me importó mirarle sin descanso; grité, busqué, imploré. Anhelar personas que se han ido para siempre es parte de un adiós no consumado, de un combate lleno de pausas, de una resignación forzada. Y yo anhelaba, con cada silencio anhelaba.

Entonces comprendía que nada mejor que la vida como preludio de la muerte. Nada mejor que el gateo como preludio del vuelo. Nada mejor que las ganas como preludio de un incendio. Nada mejor que una mujer como preludio de la locura.

Tengo tantas respuestas que escuchar y tantas preguntas por exigir, que si algún día llego a tener nietos, haré que me acaricien las arrugas de las manos, que escuchen hasta el amanecer lo cansado de mi voz. Les exigiré libertad al caminar y alas más grandes que las que tuve yo, les revelaré que los dragones nunca han sido ficción, que las ciudades olvidadas son como cicatrices en el alma, que al viento no le importa si va para el Norte o para el Sur, que las ilusiones se rompen como los jarrones, que si miran al cielo nunca dejarán de llorar ni me encontrarán ahí, ni les dará consuelo, pero sabrán todo sobre inmensidad. Les diré que alguna vez conocí el mar en los ojos de una mujer y que el amor es como una carta a esa paloma mensajera que tal vez perdió la dirección.