viernes, 21 de septiembre de 2012

Me llamo Bibiana Faulkner

Por Bibiana Faulkner 


Me suplicó que le bajara las bragas y se las bajé. Se la sacó y me miró con los mismos ojos de la abuela cuando me invitaba a probar su nueva repostería.

Encendí un cigarrillo y lentamente me acerqué a la ventana. “Eres pedante”, me dijo. “Y tú eres un bastardo hijo de puta”, respondí a su aseveración tan cierta como merecida.


Mi nombre es Bibiana y a veces no hago otra cosa que beber ron, especialmente ron barato. Mis gustos son tan variados como infinitos; me gusta mucho Daniel, pero también me gusta mucho Alejandra, Iván, Antonieta, Renata y Fausto. Tengo tanta debilidad por las frutas y los cuerpos que no sabría elegir fácilmente entre un kilo de aguacate o Fausto desnudo en mi alcoba.


Fumo mucho, fumo tanto que a veces he llegado a pensar que lo hago para ahogar al último amor que todavía cargo en el pecho, por supuesto, suponiendo que no ha muerto, que no lo he matado. 


Me gustan tantas cosas como las que no; podría hacer listas y no sé cuál sería más inmensa. Por ejemplo: me gusta el sexo, el amaretto, las tetas operadas o no, las nueces, los malvaviscos (incluso podría vivir adentro de una bolsa de malvaviscos), las señoras de 40, la cocaína, amo el café hirviendo, el olor de los libros viejos, los tatuajes, los vestidos cortos, el mar cuando está picado, el otoño, el abecedario, etcétera. No me gustan las personas que se creen el alma de la fiesta porque me restan atención, no me gusta no ser correspondida, ni los gusanos, el frío, la mayonesa, las tetas pequeñas, el sexo rudo, la cerveza o Pablo Neruda, detesto los besos sin amor, la pornografía, las serpientes que se arrastran o caminan en dos pies, etcétera.


Ah, y admiro la paciencia con la que un gato lame sus heridas, qué daría yo por hacerlo igual conmigo o alguien más. ¿Cuándo aprendimos los humanos a cortarnos con cada uno de nuestros pedazos? Pareciera que gustamos rotos, filosos, suplicantes; pareciera que buscamos manos que nos den calor cuando lo que verdaderamente necesitamos es un par de manos capaces de sostener, puras, un dolor ajeno, pesado, kilos de memorias mojadas, pesadas, una historia necia, pesada, y que esculpan siempre siempre, un camino para dos, liviano.