lunes, 28 de mayo de 2012

Ella en todas las demás, o viceversa

Ella en todas las demás, o viceversa
Por Bibiana Faulkner


Hablar de mujeres es un tema tan delicado como la textura de su piel, pero tan serio como la personalidad de mi padre. Escribir sobre mujeres me ha hecho caer en la maldición de repetir lo peligrosas que son y en la crudeza de mencionar que si la sensación del dolor fuese carne, seguro sería una mujer. No miento, una mujer es tan complicada como viajar siglos atrás y querer ganarle una partida de ajedrez a Leonardo Da Cutri.

De repente mi vida se va repartiendo de a poquito, se reparte en veinte, en treinta, en el número de todas ellas multiplicado por su calor siempre en potencia y dejando en delirios y en ciertos gemidos, el sabor de alguna y el sonido de todas las demás. Siempre de a poquito.

Hablemos especialmente de aquella vez que conocí a una hermosa mujer, a quien apenas recuerdo.

De ella recuerdo el negro de su cabello, la delicadeza de sus manos, la profundidad de sus ojos, la premura de sus pechos, la altivez de su andar, el brillo de su espalda y la provocación de su piel.

De su voz recuerdo los gemidos extinguiéndose en mi oído; de sus labios la recuerdo a ella, y de la sensualidad de las palabras, recuerdo otra vez su voz.

De ella recuerdo todo y con especial agudeza, el sonido de unas puertas que se cierran cuando alguien se va. De ella recuerdo un camaleón adentro de sus ojos cada vez que le hacía el amor y ese ruido siempre adentro que hervía más guerra que fe.

De ella recuerdo que guardaba en su cara esa historia que aún no me pasaba, y de mí, recuerdo que esperaba ese viaje en el viento que todavía no soplaba.

A ella la quise incluso después de haberse marchado y también la amé por no haberse detenido. A mí me quise aun cuando guardaba esperanza y también me amé por no haberla esperado. A las dos nos abandoné en una carta de amor nunca entregada, en cenizas esparcidas por una sola ciudad, en una cama con olor a dos, en un par de labios que no logramos olvidar. A las dos nos encontré mirándonos y fue cuando supe que debía aprender a volar.