miércoles, 21 de noviembre de 2012

Las chicas del espejo


Por: Maru Luarca
Twitter: @Lady_micu


Una de las que soy tiene la piel bronceada y usa las uñas rojas. Salta de la cama antes del amanecer para recorrer las calles de esta ciudad que somos con la desvergüenza asomando por debajo de la falda. Me gusta cuando llega de visita con su risa diáfana llenando los recodos del artesonado azul sobre nuestras cabezas. Se adueña de la voluntad y mientras besa profundo y con desenfado, su tozudez nos empuja divertidas directo al despeñadero.

 

La otra debe tener alrededor de 13 años. Es pálida, vacilante y puedes amedrentarla blandiendo un labial fucsia a 5 centímetros de su cara. Vive agazapada entre las líneas 104 y 105 de un libro laberíntico. Alguna vez me dijo que le cuesta reconocer su propia voz porque simula el ulular del viento entre los árboles o el sonido seco de la mar rompiendo olas sobre el acantilado. Cuando nos ciñe la noche, le dejo caramelos de miel debajo de la almohada.

 

Existe una tercera. La de la mirada que asemeja una bóveda gris e infinita en la que tienes ganas de batir las alas para saber a qué sabe el cielo. Su cuello huele a pan tostado con mantequilla y besa profundo como la primera, pero a diferencia de aquella, sabe trazar senderos que llegan al corazón. Ella me enseñó a tocar el piano y con sus manos delgadas borda en las nubes palabras que seducen.

 

La cuarta es María. Cuando hablo de ella, describo la lluvia. A veces leve, y otras, borrascosa. Como el agua celeste, puede precipitarse con violencia desvaneciendo el paisaje bajo sus pies. Sabe también anunciarse en el medio de una sofocante tarde de verano con gotas gruesas y escasas que poco a poco se convierten en un aguacero que refresca el aire y lo hace respirable. "Eres la mar en el cielo", le digo, y a veces sonríe y me besa. Otras, suelta su furia ocupándose de borrarme a mí.

 

Debajo de la puerta veo las sombras inquietas de las otras que habitan las calles de esta urbe que nos contiene. La llave se mece en mis dedos calculando el momento de abrirles la puerta e invitarlas a beber el té.