martes, 11 de octubre de 2011

El cantinero se llama Gerenciano

El cantinero se llama Gerenciano
Por Bibiana Faulkner

Tengo una cantina, por eso se llama así la columna. Si no lo sabían, ahora ya lo saben. El cantinero se llama Gerenciano y es un buen hombre de sesenta años que gusta beber anis cuando le platico alguna experiencia cómica o injusta de este mundo a veces tan cruel. Yo esta vez le pedí amaretto.
Hoy me dijeron que ser irreverente no me llevaría a ninguna parte, y la verdad es que yo no quiero ir a ninguna.

— O usted podría conseguir el trabajo de, no sé, otra manera.
— ¿Esto es una invitación sexual?
— No, es la garantía de que el puesto será suyo.
— Puede meterse la garantía por el culo, gordo mamón.

Era cierto, yo quería ese puesto, pero no iba a acostarme bajo ninguna circunstancia con ese culo chocolatado a menos que se convirtiera en una mujer hermosa con grandes tetas. Solo que eso no sucedería.

Era la primera entrevista del día y el muy hijo de puta amenazaba con haberlo arruinado completo. Yo no entendía cómo funcionaba la cosa, entonces imaginé a todos los que tenían el puesto que yo quería, mamándosela a “Camilo Rodríguez a sus órdenes, me hace una mamada excepcional o estamos perdiendo tiempo”.

En ese momento, todos los años de mi vida que había rehusado a usar cierto dicho del populacho mexicano, conspiraba en mi contra, “El que no mama no avanza”. Ahora resultaba que si no mamamos, involucionamos.

Yo estaba segura de no ser un animal, pero no estaba segura que los demás no lo fueran, ni que ellos lo supieran. Perdería tiempo en cualquier debate porque existían quienes no podían defenderse no porque no quisieran, sino porque no tenían ni puta idea de cómo hacerlo. Sin embargo, también había por quienes ganaba juicios. Por supuesto que existe un mundo tan ingrato como cruel, y dentro de este, vivimos personas a las que se nos llama irreverentes por no mamársela a un gordo hijodeputa.

Me tranquilicé un poco, le pedí más amaretto a Gere y él se sirvió más anis. Todo en esa cantina resultaba tan superfluo que ya entrada la noche, recordé que las estupideces más grandes de nuestra existencia las cometemos estando sobrios, entonces bebí sin parar.