martes, 9 de octubre de 2012

Novenario

Por Frinee Acosta

Twitter: @kchorraimperial

 

Peligrito murió y yo solo puedo llorarle un día.

No puedo más, no debo más.

Todo estaba escrito. Todo era tan claro.

Yo sabía que moriría pronto, pero no quería darme cuenta.

Desde que lo conocí ya estaba muerto. Muerto en vida.

 

Traté de encontrar una vida en común para revivirlo.

Traté de ver a un hombre vivo, lleno de aire en los pulmones, un pulso vibrante y Chente en la voz.

Imaginé, erróneamente, la posibilidad de un Lázaro a mi lado.

Me ilusionó una representación que no existía.

Veía el espejismo de un muerto con posibilidades de un after life.

Idealicé momentos insignificantes y los convertí en patrimonios pueriles.

Todo estaba escrito. Todo era tan claro.

 

Peligrito estaba muriendo y no podía revivirlo.

No debía revivirlo. No era un trabajo que me correspondía.

A Peligrito lo tendría que revivir alguien más.

Alguien que no viera a un muerto.

Alguien que no viera fantasmas.

Alguien que no tuviera la experiencia dolorosa de haber enterrado a más gente.

Alguien que no supiera el trabajo tan exhaustivo, innecesario y atormentado de revivir un muerto que solo vivirá pocos días y de nuevo regresará a sus hábitos fúnebres.

Alguien que se conformara con un muerto en vida.

Yo no puedo conformarme con minutos de vida de alguien que está destinado a morir.

Yo quiero a alguien con vida.

Quiero a alguien que comparta mi vida, no mi muerte.

Quiero vivir, no morir. Quiero respirar, no enterrar. Quiero amar, no odiar. Quiero seguridad, no Peligrito.

 

Peligrito murió y yo solo puedo llorarle un día.

Peligrito está enterrado.

Peligrito podrá revivir, pero yo no lo conoceré. Peligrito será diferente en vida.

Y a ese muerto en vida no lo quiero en la mía.

Todo estaba escrito. Todo era tan claro.

Peligrito murió y yo solo puedo llorarle un día.

Solo este día.