miércoles, 3 de octubre de 2012

Un amor ridículo

Por Bibiana Faulkner 


A continuación transcribiré una carta; será expuesta tal cual la encontré en el buzón oxidado de la casa que recién compré.


»Amor mío:


(Te escribo desde días salteados).


Ya se divisan las palmeras, las tengo tan cerquita que si saco la mano por la ventana cortaría mi palma por osar el movimiento natural que el viento les provoca. Entonces las aprecio desde un auto en movimiento mientras, a la vez, pienso en ti.


La estancia que me espera en ese pueblo solitario al que me dirijo me aísla de todo y todavía no llego, pero, al mismo tiempo, me emociona la solita idea de compartir el mar con mi abuelo, de esta manera mis emociones mutan poco a poco.


Ya diviso el rompimiento de las olas, las tengo tan cerquita que si salgo del auto y camino hacia ellas, tardaría segundos en llegar.


Ya huele a sal, sal que brota la tierra, cual no dista de aquella escurridiza por nuestros ojos, no.


Preparé lo indispensable para el viaje: una maleta llena de ropa, artículos personales, sandalias varias ya ves que poseo una fascinación por tales, una pila más o menos grande de libros, aquella libreta negra donde me dibujaste, un par de plumas, mi portátil, cigarrillos y creo que es todo.


Mientras mi padre manejaba porque su obstinación fue tal, que no pude impedirle traerme al pueblo del abuelo, yo leía a Durrell. Me dije que debía terminar por fin a “Justine”, así, al tiempo que se acortaban los kilómetros hacia nuestro destino, también se acortaban las hojas entintadas que conducían al final de Justine. Te he de confesar: mientras leía, te aparecías en las palabras como buscando ser parte de esa prosa poética tan sublime, entonces, sin demora alguna, me imaginé besándonos hasta que alguna se deshiciera; nos imaginé en escenarios improbables como prados verdes, tú y yo envueltas entre mantas blancas en prados verdes; en un cuarto con luces tenues como si hubiera muchas lunas adentro de cuatro paredes, en la iluminación del cuarto lunas quietas y en nuestro interior lunas revoltosas y jadeantes; en viajes de carretera aparcando el vehículo porque la urgencia por tocarnos era más grande que llegar a un lugar donde, invariablemente, también nos acariciaríamos hasta sentirnos reales y húmedas como el paisaje selvático diurno en octubre.


Te extraño y apenas cumplí cinco semanas en este lugar. Salir a caminar por las calles me da mucho material para escribir, también sentarme a distinguir los rugidos del mar o escuchar a mi abuelo decir una y otra vez “ocho décadas pesan muchas toneladas, hija”, mas siempre es igual: llego al escritorio y apenas el negro de la pluma encuentra el blanco de las hojas, comienzo a escribir para ti; siempre el mismo escenario, entonces espero un largo rato y ni hablar, vuelvo a escribirte y vuelvo a sonreír, y me gusta, y está bien.


¿Recuerdas cuando nos besamos por primera vez? Sonaba Bebo y Cigala. Después me despreciaste y me hiciste comprender que el hecho de haber encontrado a mi alma gemela no significa que deba estar junto a mí. Luego regresaste a tu casa que también soy yo.


Finalmente y siempre en los ocasos del día pienso que si tú estás detrás de todas estas montañas, pinos esmeralda altísimos, todos esos maizales explotando y esa inmensa neblina que hace más larga la distancia, podría caminar con un par de botellas llenas agua y llegaría hasta donde estás.


Te extraño hondamente porque nunca he podido conformarme con las superficies.


Mi amor es tan claro, tan azul, tan nítido, tan ridículo y tan estúpidamente imperfecto; mi amor tan agudo que te escribo aunque no hayas regresado completamente a mí; mi amor tan suave y agitado que te escribo aunque no seas mía.


 

J.»


 

La carta no pudo ser entregada no sé bien por qué; cuando compré la casa, el dueño me dijo que tiempo atrás se había instalado una joven para acompañar al viejo sabio que habitaba el lugar, pero murió en un accidente de tránsito cuando Dionisio (el chofer del pueblo) la trasladaba rumbo a otro poblado cercano a este. Dicen que todo fue culpa de la ingratitud de un conductor cansado que invadió el carril donde Dionisio y la joven.


Entonces vine a dejarla aquí porque tal vez de una manera ridícula llegue a la persona que fue escrita.